En la década de 1920, Midgley se encontraba en la búsqueda de una solución para el traqueteo o pistoneo de los motores de combustión interna utilizados en aviones y automóviles.
Trabajando para la General Motors, Thomas Midgley concluyó que el problema no se hallaba en el diseño de los motores sino en la fórmula del combustible utilizado. Luego de probar innumerables productos químicos en combinación con la gasolina de entonces, Midgley descubrió que añadiendo tetraetilo de plomo al combustible, el pistoneo desaparecía. Poco tiempo después, una corporación integrada por las compañías Dupont, GM y Standard Oil se dedicó a producir y distribuir a gran escala un aditivo al que llamaron “etilo” y que se incorporó de inmediato a los combustibles para vehículos.
El nombre “etilo” no fue elegido casualmente. En la denominación se dejó de lado la mención al plomo porque ya se sabía que se trataba de un metal altamente tóxico. Los vapores de plomo atacan directamente al sistema nervioso. Entre sus efectos se cuentan la ceguera, el insomnio, la insuficiencia reÂnal, la pérdida de audición, el cáncer, la parálisis y las convulsioÂnes, y hasta alucinaciones seguidas de coma y la muerte.
De hecho, la inhalación de los vapores de plomo en elevadas concentraciones tuvo terribles consecuencias sobre los trabajadores de la fábrica del aditivo y provocaron la demencia y la muerte de numerosos empleados de la fábrica. Como el etilo representaba un negocio fenomenal, los directivos de la corporación negaron toda relación entre el químico y los desequilibrios mentales detectados, alegando que algunos operarios habían enloquecido debido al estrés causado por las intensas horas de trabajo acumuladas.
El propio Thomas Midgley brindó una conferencia de prensa en donde intentó demostrar que la inhalación de vapores de plomo no era nociva en absoluto. Ante los periodistas presentes, aspiró durante varios minutos los gases de tetraetilo de plomo contenidos dentro de una botella. La demostración no convenció al público, y con mucha razón; después del acto, Midgley se vio obligado a recluirse durante meses para recuperarse de los efectos de la inhalación.
La fábrica de tetraetilo de plomo cerró poco después, pero la producción continuó en otras plantas, bajo medidas de seguridad más estrictas. Los gases de escape de los vehículos impulsados por combustible con plomo han contaminado la atmósfera del planeta durante más de setenta años -y lo siguen haciendo en muchos países- elevando además los niveles de plomo en la sangre de miles de millones de personas, hasta que hace poco tiempo las petroleras comenzaron a reemplazar el tetraetilo de plomo por compuestos menos dañinos, en los combustibles mal llamados “ecológicos”.
Luego del incidente con el tetraetilo de plomo, parece que Midgley aprendió la lección y se dedicó a la investigación industrial de gases inertes y de escasa o nula toxicidad. Pero la fortuna no lo acompañó, ya que fue entonces cuando causó el segundo gran desastre ambiental de su vida, pero sin que ni él ni sus contemporáneos lo supieran.
Los refrigeradores eran terriblemente peligrosos a principios del siglo XX, debido a que utilizaban gases altamente tóxicos que solían filtrarse al exterior.
Por ejemplo, una filtración de un refrigerador en un hospital de Cleveland (Ohio) provocó la muerte de más de cien personas en 1929. Midgley se propuso crear un gas que fuese estable, no inflamable, no corrosivo y que se pudiese respirar sin problemas, y finalmente lo consiguió.
Gracias a ello obtuvo numerosas distinciones, entre ellas la membresía de la Academia Nacional de Ciencias y la presidencia de la Sociedad Química Americana.
El gas inventado por Thomas Midgley fue llamado freón, y se aplicó de inmediato en refrigeradores, aerosoles y equipos de aire acondicionado. Lo malo es que muchos años después se descubrió que el freón, perteneciente al grupo de los clorofluorocarbonos o CFC, era el principal destructor de la capa de ozono del planeta. Su uso fue prohibido definitivamente al comenzar el siglo XXI, luego de décadas de severos daños atmosféricos que causaron el ensanchamiento del agujero de ozono hasta límites alarmantes.
A los 51 años de edad, Thomas Midgley contrajo poliomielitis, una dolencia que redujo su movilidad pero no detuvo su ingenio. Para poder incorporarse en su cama sin ayuda, diseñó un complejo sistema de cables y poleas que fue instalado en su lecho. Un día, resultó estrangulado accidentalmente por uno de los cables y murió por asfixia. Como una última ironía del destino, Midgley terminó siendo víctima de uno de sus propios inventos.
Fuente: http://blog.nuestroclima.com/?p=391
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