El primer contacto de los europeos con los tehuelches data del invierno de 1520. A consecuencia del frío imperante, Hernando de Magallanes, al mando de la expedición que le dio una vuelta al mundo por primera vez, ordenó desembarcar en la bahía de San Julián con el propósito de pasar allí el invierno.
Antonio Pigafetta, el joven aristócrata italiano que cumplía las funciones de cronista, escribió lo siguiente: “Echándose encima el frío, los barcos descubrieron un buen puerto para invernar.
Permanecimos en él dos meses, sin ver a persona alguna. Un día, de pronto, descubrimos a un hombre de gigantesca estatura, el cual, desnudo sobre la ribera del puerto, bailaba, cantaba y vertía polvo sobre su cabeza.
Mandó el capitán general a uno de los nuestros hacia él para que imitase tales acciones en signo de paz y lo condujera ante nuestro dicho jefe.
Cuando se halló en su presencia, y la nuestra, se maravilló mucho, y hacía gestos con un dedo hacia arriba, creyendo que bajábamos del cielo”.
“Era tan alto él -prosigue Pigafetta-, que no le pasábamos de la cintura, y bien conforme; tenía las facciones grandes, pintadas de rojo, y alrededor de los ojos, de amarillo, con un corazón trazado en el centro de cada mejilla. Los pocos cabellos que tenía aparecían tintos en blanco; vestía piel de animal, cosida sutilmente en las juntas”.
Respecto de las mujeres, afirma el cronista que “no eran tan altas, pero sí mucho más gordas.
Cuando las vimos de cerca, nos quedamos atónitos: tienen las tetas largas hasta mitad del brazo. Van pintadas y desvestidas como sus maridos, si no es que ante el sexo llevan un pellejín que lo cubre”.
Magallanes bautizó “patagones” a estos tehuelches por las grandes huellas que sus pies, cubiertos por calzados de piel de guanaco, dejaban en la nieve.
La Casa de Contratación exigía a los expedicionarios llevar ejemplares de todos los metales, plantas y especies (incluida la humana) que descubrieren en el viaje.
Poco antes de zarpar de la bahía de San Julián, los navegantes consiguieron, con engaños, engrillar los tobillos de dos de los gigantes, uno de los cuáles logró huir.
El otro, al que llamaron Pablo, murió poco después víctima del escorbuto y su cuerpo fue arrojado a los tiburones del océano Pacífico.
De regreso en España, las anotaciones de Antonio Pigafetta y los relatos que los sobrevivientes de la expedición hicieron al historiador Fernández de Oviedo (quien, en su “Historia Natural de las Indias”, afirma que los patagones tenían “una estatura de 13 palmos (2, 73 metros), grandísima fuerza y tanta velocidad en la carrera que el más veloz caballo no los consigue alcanzar”) despertaron la curiosidad de los europeos por la presencia de gigantes en esa, hasta entonces, desconocida región del mundo.
En 1559, el navegante francés Jean Alfonse confirmó las versiones de la tripulación de La Victoria respecto de los patagones, al afirmar que había visto en la región pisadas humanas del doble de tamaño de las de un europeo grande. En 1615, Jacobe le Maire y Wilhelm Schouten hallaron en la Patagonia un esqueleto extraordinariamente largo. El Comodoro Byron, quién dio la vuelta al mundo en 1766, aseveró en el relato de su viaje que “los patagones son hombres agigantados y nosotros (los navegantes ingleses) nos asombramos de su talla, porque aun sentados venían a ser tan altos como nosotros en pie”.
Las primeras medidas escrupulosas de los llamados patagones, realizadas por la expedición de Alejandro Malsana y José de Bustamante, dieron por tierra con el gigantismo las versiones precedentes.
Dice el cronista Antonio Trova y Arredondo: “Aquellos naturales eran de una talla y corpulencia muy superior a los europeos, aunque no deben pasar por gigantes. El Cacique Junchar, medido escrupulosamente por el médico del barco, doctor Antonio Pineda, tenía de altura 6 pies 10 pulgadas (lo que equivale a 1,91 metros) y la anchura de sus hombros era de 22 pulgadas y 10 líneas”.
Tras el descubrimiento de América, la creencia (entonces popularmente extendida) en animales míticos, medicamentos prodigiosos y seres monstruosos, se reforzó. El nuevo continente pasó a ser un territorio que podía albergar lo nunca hallado, ya fuese concebido o no. Encontraron gigantes (la Biblia, nada menos, hablaba de Goliat, al igual que las muy en boga novelas de caballería que enturbiaron la razón de Alonso Quijano) –se ha dicho– porque los querían encontrar.
Fuente: http://diarioalfil.com.ar/2013/04/05/los-gigantes-de-la-patagonia/
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